Uno de los cambios producidos durante el proceso de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna fue la construcción de los Estados nacionales. Entre fines del siglo XIV y principios del siglo XV, este proceso se caracterizó por la concentración del poder político en los reyes, en España, Francia e Inglaterra.
Los estados modernos se caracterizaron por ocupar un territorio con fronteras delimitadas y por tener el poder centralizado en una monarquía fuerte para dominar a los diferentes grupos sociales que coexisten dentro de un reino. Para ello los reyes debieron lograr el sometimiento de la nobleza feudal y del clero, y una estructura política sólida con instituciones que ayudasen a organizar este sistema (que se llamó burocracia) y un ejército nacional. Los nuevos estados impulsaron la unidad nacional a partir de un idioma común y una única religión dentro de sus territorios, que fomentaron sentimientos de pertenencia y adhesión al Estado por parte de los habitantes. Además, buscaron el monopolio de algunas actividades para fortalecer la economía nacional.
Los monarcas en muchos casos contaron con el apoyo de sectores de la burguesía de las principales ciudades para unificar sus reinos y consolidar su poder. Esto se debió a motivos políticos y económicos. En el aspecto político, el fortalecimiento de la autoridad del rey debilitaba la de los señores feudales, que solían imponer distintas trabas a las actividades comerciales (como el cobro de tributos y peajes). En el aspecto económico, la burguesía se beneficiaba mediante la creación de un mercado nacional que podían controlar, reduciendo la competencia de productos y comerciantes de otros países.
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